La noche trágica del 7 de septiembre del año 2017 nos sorprendió con un terremoto con intensidad de 8.2 grados, la tragedia fue terrible para todos desde el primer instante.
En el Istmo, especialmente los pueblos de Juchitán, Ixtaltepec, Unión Hidalgo e Ixtepec, quedaron heridos, miles de casas destruidas y un sin fin de víctimas.
El día 8 el recuento de los saldos nos provocó a todos un gran dolor que a varios años de distancia no hemos podido superar.
Pareciera que fue ayer porque muchos no hemos podido dejar atrás la agonía que nos lacera en silencio.
Desde aquel momento supimos de la existencia de un antes y un después, porque ya nada fue igual.
Nuestro escenario cambió el mismo instante en que sobrevino la desgracia, en el suelo vimos las casas derrumbadas convertidas en polvo y escombro, los cuerpos de nuestros muertos bajaron al sepulcro y durante aquellos días muchos no dejamos de llorar.
El miedo y la incertidumbre invadieron a todos mientras veíamos crecer la desesperación de familias enteras que lo perdieron todo, durante esas noches, nadie dormía tranquilo y la incertidumbre se volvió moneda corriente para todos.
Fueron días muy difíciles de superar, nos hermanaba el dolor y la solidaridad era la respuesta que buscábamos mientras aprendíamos a convivir con las réplicas del terremoto, a cada instante.
Nuestros abuelos permanecieron mudos durante días y dejaron de narrar sus viejas historias para enfrentar el presente, nuestras mujeres, incansables, acompañaron en todo momento a los hombres en casi todas las faenas.
El terremoto nos había dejado una pesada huella a todos y traerlo a la memoria, a seis años de distancia, aquel cruento escenario, todavía duele y duele mucho.
Sin embargo, día a día hemos sabido lidiar y crecer como seres humanos como en aquellos momentos de solidaridad y hermandad entre istmeños, comprendiendo que, a la naturaleza no la podemos parar, solo respetar y agradecer por un día más.