La alegría tomó las calles de la Verde Antequera, chirimia de colores, danza que mueve hombros y caderas, la gente que camina y por momentos permanece inmóvil, exhausta de la mágica experiencia.
Así es el tercer convite en Oaxaca, previo a la celebración de la tradicional fiesta cultural: La Guelaguetza.
De todas las regiones arribaron desde temprana hora a esta ciudad que en estos días no duerme, porque está de fiesta y celebra su historia, el cordón umbilical de los pueblos, dónde el fuego de sus entrañas es esperanza y vida.
La música, las marmotas, los listones multicolores, los trajes brillantes, todo conjuga con los rostros indígenas de mujeres sensuales y hombres morenos vestidos a la usanza indígena, danzando, sones y jarabes, con un corazón insondable que estalla y con gozo se torna magia, color, el misticismo que conmueve al mismo tiempo.
Oaxaca está de fiesta y las calles son el escenario, el centro perfecto para degustar el mezcal, las aguas de fruta, el aliento enriquecedor de un pueblo que mitiga su sed con la entrega de su gran tesoro cultural, la herencia milenaria que recibieron de los dioses que habitaron esta tierra.
Así es Oaxaca, deslumbrante, rica, alegre, fantástica, llena de tradición.