Jorge Magariño
En la última semana de mayo, por las calles de Juchitán una muchedumbre sale a ver las regadas, el paseo de carretas, las mujeres con su traje llevando jarrones con flores, muchachas desde un camión enjaezado lanzando utensilios de plástico al aire, lo mismo que hacen niños y jóvenes montados a caballo.
Una tarde se gritan vivas a la Vela Pipi, otras tardes la emoción a viva voz es para San Isidro labrador o para San Vicente Ferrer, el chico y el anciano. Pero en todas lucen lienzos coloreados con encendidos acrílicos, verdes intensos, amarillos como el limón maduro, apasionados rojos, cerúleos que se caen de azules. Son los estandartes que anuncian al santo patrón de la vela en turno y nombran al capitán o capitana.
Uno de los autores, acaso el de mayor renombre actualmente, es Mariano Toledo, vecino de la Séptima sección, trabajador de Pemex, hombre sencillo, de pocas palabras.
No voy a hablar mucho, me dice, es que soy muy poco para el castellano. No te preocupes, le aclaro, hazlo en didxazá, nosotros ya lo volteamos al otro idioma para ponerlo abajo en el video y que la gente lea. Héctor, cámara en mano, sonríe.
Estamos en su casa, en su pequeño taller. Comienza su relato: Sólo tengo este que estoy pintando y ese retrato que me encargaron. Luego desliza las palabras de nube al mismo vaivén que mueve el grafito sobre el lienzo, así, poco a poco aparecen las facciones del varón nacido en Valencia, España, siglos después convertido en el patrono de esta calurosa tierra.
Nadie me enseñó a pintar, es un don que Dios hizo el favor de darme. Busco como hacerlos bien, bonitos, para que le guste a la gente. Esa es mi labor que me ayuda a sobrevivir con mi familia. Hasta ahora ese es mi trabajo, aunque el año pasado ya me dieron mi planta en Salina Cruz y eso ya no me da mucho tiempo para pintar, antes lo hacía todos los días, ahora nomás sábado y domingo o en días festivos.
Tengo sesenta y siete años, y más de veinte haciendo estandartes. Ya tiene algo de tiempo. No. no fui a la escuela de pintura.
Al comienzo hice lienzos largos, de esos adornos que ponían en las velas, todo alrededor, con flores y motivos de esa fiesta, pescados, campesinos. El primero fue para la Vela San Isidro, hace ya tiempo, no recuerdo el año, pero hace tiempo, cuando se hacían los adornos de manta. Luego la vela guzebenda, Guela be’ñe’, y así fui adquiriendo práctica, hasta ahora.
Mientras el camarógrafo se mueve de uno a otro lado del cuarto, baja la cámara para una toma en contrapicada o se acerca para hacer un primer plano, el pintor, con la camisa arremangada, prepara un poco de pintura “color carne, para la cara y las manos”. Y continúa su historia.
Luego ya venían en mayo para pedirme que les hiciera estandartes. Al principio no sabía, como que no me quería animar, pero los socios de las velas me decían que sí podía, que me daban la pintura. Así fue que comencé.
Nadie me enseñó, yo solo empecé. Luego, pues ya venía la gente a hacerme encargos, supieron otros y vinieron a pedirme más estandartes.
Hace una pausa con los pinceles y con las palabras, toma su paliacate, se seca el sudor de la frente, como para aclararse las ideas, los recuerdos, los colores. Emite un breve suspiro, observa el lienzo, sigue con ambas tareas, el rostro de San Vicente y el relato.
Es hermoso ver que en las regadas van estandartes pintados a mano, eso es lo que luce en nuestra fiesta, como desde antes, no los que se hacen con máquina, pero no se igualan a los trabajos que hacemos a mano. No, no es lo mismo.
Luego gente de otros lugares, venían a buscarme. Antes no había celular, así que venían de lejos, de Tabasco, de Mina, de Coatza. Siguen viniendo. De Tabasco, venían de Ciudad Pemex todos los años, por la celebración de la Candelaria.
Llegaban de Comitancillo, de Ixtaltepec, Unión Hidalgo. ¡Era mucho trabajo! manos me faltaron, como dijo el taganero (y aquí suelta una risilla pícara).
Venían de Houston, Texas. Habrías de sorprenderte, también allá hay paisanos que hacen su fiesta y su paseo en el salón, como una regada.
Ahora estoy haciendo uno para gente de Querétaro. Organizan una celebración por San Vicente, hacen su regada. Vienen todos los años a encargarme el trabajo.
Afuera un gallo despistado suena su alarma al mediodía, por un altavoz lejano anuncian tortillas de horno para la comida, caldo de res, pescado horneado, una señora se restira en su butaca. Mariano Toledo atiende indicaciones que Héctor le hace en didxazá. Y retoma el pincel de su monólogo.
Siento bonito cuando los estoy haciendo, me gusta pintar, quisiera siempre estar pintando, combinar los colores, me encanta.
A veces me traen una muestra de cómo hacerlo, por encargo, con foto de la capitana, y ahí vamos al modo en que me piden, y busco cómo avanzar para que les guste.
Aspira hondamente, entrecierra los ojos, clava la mirada en un punto perdido de la obra, arma un balance en sus recuerdos, y dice:
Después del terremoto, pues ya no hubo velas, no hubo trabajo. Apenas ahora se están acercando de nuevo, me hablan por teléfono o vienen, aunque ahora que tengo un trabajo de planta en Pemex, ya no me es posible tomar muchos compromisos, para no andar corriendo, para que salga bien el estandarte.
Gracias a Dios que me envía trabajo, pero tomo lo que puedo cumplir, y así otros compañeros también tienen trabajo.
Me gusta cuando la gente aprecia mi obra, mis lienzos, en la regada, en la misa, cuando las capitanas y los capitanes van por la calle enseñando mi obra; por eso hay que esmerarse en hacerlos, porque si lo pintas a la carrera no les va a gustar, y a uno mismo no le gusta.
No es pensar en dinero, es mi obra, para que les guste. Así pienso, así es mi idea.