Para los indígenas zapotecas de Juchitán de Zaragoza, el Domingo de Ramos representa el primer encuentro del año con sus muertos.
Desde muy temprano, cientos de familias zapotecas arriban al panteón que lleva el nombre de «Domingo de Ramos», para tener un encuentro espiritual con sus difuntos. Días antes acuden a adornar las tumbas para este día.
En el panteón permanecen casi todos los miembros de la familia, ahí comen todos y algunos hasta bailan y se emborrachan.
En este mismo escenario, las y los juchitecos le hablan, cantan y lloran a sus muertos, conservando un singular sincretismo religioso.
Dentro del panteón se venden desde antojitos, aguas frescas, regañadas y ricos tamales de iguana.
En pocos pueblos hay esta convivencia entre los que están vivos y los que se cree tienen autorizacion para que sus espíritus visiten la tierra.
El panteón es el lugar para el reencuentro, porque saben que en esa parte de la ciudad, la tierra es sagrada, recuerdan que la biblia les dice que los suyos se convierten en polvo, y que para eso han vuelto a la tierra.
No es el único día en que se arreglan las tumbas, pero es casi la única fecha en que todos tratan de darle un especial toque, para que sus difuntos encuentren un lugar embellecido para pasar el día y parte de la noche.
En el Istmo, varios pueblos guardan esta costumbre y enriquecen su cosmovisión a través de los años.
Fotos tomadas del perfil de Víctor Cata