Por Jesús Romero López
En Oaxaca, la paz no se impone: se construye todos los días en el territorio. Por eso, el Gobierno del Estado ha hecho del diálogo su herramienta más importante para resolver los conflictos agrarios. Gracias a esta política, decenas de comunidades han alcanzado acuerdos sobre la propiedad y uso de la tierra y, sobre todo, han vuelto a convivir en paz.
En lo que va de esta administración, se han solucionado más de cuarenta conflictos agrarios históricos, lo que demuestra que cuando existe voluntad y confianza, la reconciliación es posible. La verdadera paz no consiste solo en detener la violencia, sino en sanar sus efectos. Por eso impulsamos el retorno de las familias desplazadas, porque cada persona tiene derecho a vivir en su tierra con seguridad y dignidad. Aun así, hay grupos y autoridades que insisten en el camino equivocado. En lugar de dialogar, recurre a la confrontación. En vez de construir acuerdos, alimentan la desconfianza.
Lo más grave es que algunos han decidido optar por la violencia y recurrir a medios fuera de la ley, arrastrando a sus pueblos a una espiral de enfrentamientos que no tiene sentido ni propósito. Esa conducta es irresponsable y profundamente lamentable. Ninguna causa justifica la muerte de un comunero, de un joven o de una mujer. Cada vida perdida en un conflicto agrario es una derrota para todos. Quienes promueven la violencia no solo quebrantan la ley, también traicionan la confianza de sus comunidades. El Estado no será indiferente. Tiene la obligación de actuar con firmeza y proteger a quienes apuestan por la paz. Nuestro compromiso es claro: mantener el diálogo, hacer valer la ley y acompañar a las comunidades en su proceso de reconciliación. Fomentar el retorno, garantizar la seguridad y fortalecer la convivencia son tareas permanentes que seguiremos cumpliendo con responsabilidad. Hoy hacemos un llamado a los pueblos de Oaxaca: que prevalezca la razón sobre la ira, el respeto sobre la provocación y la palabra sobre la violencia. La paz es una tarea colectiva que exige madurez, compromiso y memoria. Ninguna diferencia vale una vida humana. La paz no se gana con imposiciones ni con armas; se construye con voluntad, respeto y justicia. Oaxaca merece vivir sin miedo. El único camino es la paz territorial, y en ese rumbo seguiremos caminando con convicción, junto a los pueblos, para que el diálogo sea siempre más fuerte que la violencia.











